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Me quedo con esta casa, que consume menos #energia

Hasta hace bien poco no se contaba con la más mínima orientación sobre el consumo energético de las viviendas que alquilábamos o comprábamos. De hecho, hasta la aprobación del Real Decreto 235/2013, que reguló la certificación de la eficiencia energética de los edificios, no se contaba con información alguna sobre las viviendas existentes que eran objeto de transmisión o cesión, exceptuando a las viviendas y edificios de obra nueva, cuyo proceso estaba regulado desde el año 2007. Es decir, hasta la entrada en vigor del RD 235/2013 se compraban las casas “a ciegas” sin conocer su demanda de energía ni las emisiones asociadas. Lo cierto es que aunque la certificación energética de edificios podía haberse implantado de una forma mucho más adecuada, al menos, puso sobre la mesa de las decisiones de compra o alquiler la componente energética.

Es curioso porque hasta entonces éramos capaces de comprar viviendas, bienes que suponen la mayor inversión que muchas personas realizarán a lo largo de su vida, sin tener información alguna sobre su comportamiento energético. Sin embargo nos cuesta preguntarnos, ¿quién compraría un coche sin conocer su consumo?  Probablemente nadie, y eso a pesar de que supone una inversión y se trata de un bien que tiene una vida útil mucho menor que una vivienda, que en muchos casos se trata de un elemento facilitador y muy útil, pero no estrictamente necesario. La cuestión es que la información sobre los consumos de los turismos que habitualmente utilizamos ya estaba estipulada en España desde hace 14 años, cuando se aprobó el Real Decreto 827/2002 que regulaba la información relativa al consumo de combustible y a las emisiones de CO2 de los turismos nuevos que se pongan a la venta o se ofrezcan en arrendamiento financiero en territorio español.

Llama la atención lo que pretendía este Real Decreto, que al inicio de la exposición de motivos indica lo siguiente; “Como una de las medidas para conseguir los objetivos establecidos en el Protocolo de Kioto y con objeto de reducir las emisiones de CO2 producidas por los turismos y potenciar el ahorro de energía, dado que la información desempeña un papel fundamental en el comportamiento de las fuerzas de mercado y con la finalidad de aportar una información precisa, pertinente y comparable sobre el consumo de combustible y emisiones CO2 que influya en la decisión del consumidor a favor de los automóviles que consuman menos combustible y por lo tanto emitan menos CO2, impulsando de este modo a los fabricantes a hacer lo necesario para reducir el consumo de los mismos…”

Es curioso, pero quizás este decreto, que llegó 11 años antes que el RD 235/2013, que ya tenía como objetivo influir en las decisiones del ciudadano, reducir el impacto ambiental del sector de la movilidad e impulsar la competitividad de las empresas hacia el impulso de vehículos más eficientes, haya conseguido que las marcas de coches lleven años compitiendo e innovando para aumentar su eficiencia y lograr consumos de combustible y emisiones de CO2 cada vez menores. Con toda seguridad también sea responsable de que el consumidor conozca, casi a la perfección, el consumo de su coche, aunque lamentablemente no tanto sus emisiones, si bien éstas puede ser un factor determinante para el consumidor a la hora de cumplir con las revisiones periódicas (Inspección Técnica de Vehículos, ITV). Y a su vez el sector camina hacia un escenario cada vez más eficiente, con miras al vehículo eléctrico y a través de una transición en la que se están utilizando combustibles alternativos, coches híbridos, y otras alternativas de movilidad. En definitiva, el sector camina hacia un escenario más limpio y eficiente que satisfaga al consumidor y que reduzca su impacto, beneficiando al planeta y a la lucha continua contra el cambio climático.

Sin embargo, ¿hacia qué escenario caminan nuestros edificios? ¿Qué está ocurriendo en este sector? Pues esta respuesta si la tenemos, al menos parcialmente; los edificios del futuro inmediato serán “NZEB (nearly zero energy building) o edificios de consumo de energía casi nulo”. Este estándar, que fue definido y regulado mediante la Directiva 2010/31 marca lo que cada Estado miembro de la UE defina, pero partiendo de un nexo común; serán edificios con una muy baja demanda de energía y en los que tomen un mayor protagonismo las energías renovables.
Pero por seguir el símil con los coches, en el sector de los edificios estaríamos en el siguiente escenario; la mayor parte de nosotros vivimos en viviendas con niveles de consumo de combustible (energía) y de emisiones de gases de efecto invernadero de hace 30 o 50 años, que nunca han pasado la “ITV” y de los que nunca hemos tenido información alguna, pero, según nos indican, “los del futuro” consumirán muy poco y serán mucho más limpios, aunque todavía no sabemos cómo serán ni en qué nos beneficiarán. Esa sería la situación en la edificación.

Los profesionales del sector saben dónde estamos y a dónde tenemos que llegar y las bases de lo que serán los edificios del futuro. Pero el consumidor, el ciudadano –y a la vez usuario- que habrá de adquirirlos, alquilarlos, en definitiva, quienes habitarán en ellos, desconocen en absoluto qué son, qué ventajas tienen y por tanto, no los demandan. Tampoco la regulación normativa, aprobada en algunos casos con retraso, o los programas de ayudas -excesivamente complejos para el consumidor y puestos en marcha sin adecuadas campañas de comunicación o publicidad, muy distinto de los PIVE- han conseguido generar incentivos para que tanto la oferta como la demanda tiendan a crear un mercado de viviendas más eficientes.

¿No resulta paradójico que los coches lleven tanta ventaja a los edificios en su relación con el usuario? Les diferencia la toma de decisiones en lo que respecta tanto a la compra como al mantenimiento. Y he ahí el problema.

Por ejemplo, la elección de un coche es normalmente una decisión individual influenciada por factores subjetivos como el reconocimiento social, la estética o las propias tendencias de moda, y otros más objetivos como el consumo –recordemos la típica pregunta de “¿cuánto gasta a los 100?- y los equipamientos;  y cuando se lleva a cabo una revisión, mantenimiento o mejora del mismo, las decisión siempre es de un único propietario. En la vivienda también entran en juego criterios subjetivos (espacios, iluminación, superficies, estética, zona…), pero se presta nula atención a criterios objetivos como consumo y equipamiento. Además, con la diferencia en el caso de edificios plurifamiliares (el 80% del parque español), de que el mantenimiento y/o mejora es una decisión colectiva que necesita de consenso y se convierte en muy lenta, y llena de desconfianzas, y en la que el propietario de una vivienda en un bloque plurifamiliar no puede mejorar la eficiencia energética de su edificio si no cuenta con la aprobación del porcentaje establecido en la Ley de Propiedad Horizontal.

Pero lo paradójico es que en los edificios, en las casas, a diferencia de los coches, las personas viven, duermen, conversan, estudian, comen y pasan muchas horas de su vida, las suficientes como para que si las condiciones no son las adecuadas para proteger la salud de las personas, esta se vea mermada. Y es que detrás de los beneficios de ahorro energético y económico que puede tener un edificio más eficiente se encuentra la principal ventaja, que es intangible, y es la protección de las personas al vivir en un edificio confortable y con unas condiciones adecuadas para la salud de sus usuarios, lo que sin duda redundará en una mayor calidad de vida.
 
La FLCQA seguirá con su labor de concienciación y sensibilización para lograr que los propietarios conozcan y demanden edificios más eficientes y puedan decir convencidos, lo antes posible; “me quedo con esta casa, que consume menos energía… y me ofrece mayor calidad de vida”.