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Nuestras viviendas no nos benefician la salud y nos están convirtiendo en pobres energéticos

Estamos en invierno y tratamos de abrigarnos con la ropa más apropiada, la que mejor nos aisla, cerramos las cremalleras y no dejamos que el frío entre en nuestro cuerpo. Nadie saldría en pleno invierno sin su abrigo o sin abrocharse y tratar de evitar el contacto con el frío. Si con el abrigo y el resto de ropa no es suficiente, no dudamos en ponernos otra capa de ropa, completar el equipo con guantes, bufanda y gorro o, si todo esto es insuficiente, adquirir un abrigo más grueso capaz de protegernos del frío y estar más confortables.

Y es que, al igual que los jerseys, guantes o cazadoras nos protegen del frío evitando que perdamos calor aislando nuestro cuerpo, nuestras viviendas tienen la misión de funcionar de segunda piel y de abrigar a nuestras familias, de evitar que el calor del hogar se escape y de garantizar nuestro confort.

Sin embargo, nuestras viviendas son pésimos abrigos. Así lo destacan diversos informes, como el Diagnóstico de la Rehabilitación en las Comunidades Autónomas – Luces y sombras de un sector que no despega”, una iniciativa del Grupo de Trabajo sobre Rehabilitación (GTR) patrocinada por la Fundación La Casa Que Ahorra, donde se destaca que más del 54% de los hogares son anteriores a 1980, fecha a partir de la cual comenzaron a ser obligatorias las primeras medidas mínimas de aislamiento térmico. Es por ello que frente al frío muchos no encuentren una mejor solución que aumentar el esfuerzo de los aparatos de climatización, o la compra de equipos adicionales, en un esfuerzo de compensar el calor que escapa por fachadas, ventanas y cubiertas, un esfuerzo inútil. En un símil sería equivalente a intentar llenar un vaso de agua con agujeros aumentando el caudal del grifo sin plantearnos tapar antes los agujeros.

Ante esta panorámica, no extrañan las cifras en nuestro país de una problemática, la pobreza energética, que los últimos años ha calado en el debate mediático y no tanto todavía en el político pero cuyas raíces se encuentran, entre otras causas, en un parque de viviendas envejecido, ineficiente e incapaz de suministrar servicios básicos de confort térmico, accesibilidad o de seguridad a sus ocupantes.

Del mismo modo que si alguien sale en manga corta todos los días en pleno invierno termina enfermando, alguien que viva en una vivienda con condiciones térmicas inadecuadas, sometido en exceso a las inclemencias del frío o el calor, ve afectada su salud, complicando u originando enfermedades cardiorespiratorias, produciendo trastornos del sueño o afectando a la salud mental, provocando depresión y baja vitalidad. Desde la Fundación La Casa Que Ahorra trabajamos para concienciar y dar solución a esta problemática, por ello apoyamos la realización del estudio “Pobreza, Vulnerabilidad y Desigualdad Energética. Nuevos enfoques de análisis”, elaborado por la Asociación de Ciencias Ambientales y patrocinamos el estudio “Estimación del efecto de la rehabilitación energética en la salud de las personas. Enfoque económico”, elaborado por el Institut de Recerca en Energía de Catalunya.

Es por ello que una vez más, y con motivo de la Semana de la Lucha contra la Pobreza Energética, desde La Casa Que Ahorra reclamamos una apuesta firme de las administraciones por el impulso del sector de la rehabilitación con criterios de eficiencia energética, cuestión que además de otras ventajas económicas y sociales, como la activación económica y la creación de empleo, constituye una solución duradera a la pobreza energética, reduciendo el esfuerzo de las familias en sus gastos energéticos, y lo que es más importante, protegiendo su salud y mejorando su calidad de vida.